Nuestras acciones deben estar conforme a lo que creemos y profesamos, y eso significa que debemos cumplir con los mandamientos de Dios, alabarle, amarle, amar al prójimo… En fin, hacer el bien en todos los aspectos de nuestra vida, pero principalmente debemos mantenernos lejos del pecado, ya que de esta manera nos mantendremos cerca de Dios.
Para este fin, Dios nos dejó un sacramento de perdón, pues Jesús al morir en la cruz recogió todos nuestros pecados, del pasado, presente y futuro y murió con ellos, aun sabiendo que ninguno de esos pecados le pertenecía, sólo para regalarnos la redención en el más perfecto acto de amor.
A través del sacramento de la Confesión podemos limpiar nuestra conciencia y estar en paz con nosotros mismos, sabiendo que Dios nos ha perdonado y quiere que seamos mejores personas a partir de allí, quiere que su amor abunde en nuestros corazones y que nos demos cuenta de que no necesitamos nada más que eso, y lo que Él nos brinda.
El primer paso para conseguir ese verdadero cambio es acudir al confesionario, para demostrarle a Dios que estamos arrepentidos y queremos cambiar, para pedirle que nos perdone y nos ayude a luchar contra la tentación, que nos ayude con nuestras cargas y temores, que nos conceda la paz.
Nadie ha dicho que ese cambio debe ser inmediato para probar la fuerza de tu fe, no te preocupes si en el camino te encuentras con obstáculos y preocupaciones pues es el Señor quien te está forjando, como un alfarero, te está convirtiendo en un vaso nuevo.
“Y ¿quién podrá hacerles daño si se esfuerzan en hacer el bien? Felices ustedes si incluso tienen que sufrir por haber actuado bien. No teman lo que ellos temen ni se asusten, sino bendigan en sus corazones al Señor, a Cristo; estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza, pero háganlo con sencillez y deferencia, sabiendo que tienen la conciencia limpia. De este modo, si alguien los acusa, la vergüenza será para aquellos que calumnian la vida recta de los cristianos. Es mejor sufrir por hacer el bien, si tal es la voluntad de Dios, que por hacer el mal. Pues Cristo murió una vez por el pecado y para llevarnos a Dios, siendo ésta la muerte del justo por los injustos. Murió en su carne, y luego resucitó por el Espíritu.”
(1 Pedro 3, 13-18)
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