sábado, 1 de marzo de 2014

No temas – 26 febrero.

Dios como Padre y Creador constantemente nos ofrece herramientas para que nos acerquemos a El cada vez más, para que luchemos contra las tentaciones, contra el pecado… Dentro de esas herramientas, existen dones y frutos, proporcionados por el Espíritu Santo, que es Dios mismo en la tercera persona de la Santísima Trinidad.

En publicaciones anteriores había mencionado los “dones del Espíritu Santo” que, para recordar un poco, son siete y se definen en hábitos o virtudes infundidas por Dios en el alma de sus hijos. Pero, el Espíritu Santo es capaz de brindarnos también doce frutos… Cuál es la diferencia entre ellos?

Según el catecismo de la Iglesia Católica, los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna; y es el crecimiento en los dones del Espíritu Santo que forma en el alma estas perfecciones.

Si los frutos se deben al crecimiento de los dones en el alma, y los dones son infundidos por Dios… Entonces los frutos prácticamente son inspirados también por Dios, cierto? En ningún momento podrás obtener algún fruto del Espíritu Santo con solamente tu esfuerzo humano, porque a pesar de que Dios nos llama a la perfección, no somos perfectos, por ende no podríamos crear en nosotros perfecciones divinas sin ayuda de Dios. Es el Espíritu Santo que entra en el interior de la persona (donde la misma persona no puede llegar) y va limpiándolo, corrigiéndolo, reorientándolo. Lo importante en este proceso es que nosotros colaboremos con el Espíritu Santo.

Esos frutos no se dan de manera instantánea, al principio cuesta mucho ejercer la totalidad de estas virtudes. Pero, si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, su acción en nosotros hará cada vez más fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto.

Investigando sobre el tema, leí que “Cuando el Espíritu Santo da sus frutos en el alma, vence las tendencias de la carne. Cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.”

Ahora, ¿por qué son llamados “frutos”?

Bueno, a estas virtudes les sucede lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor.

La misión de nosotros como cristianos, es perseverar, colaborar, trabajar juntos con el Espíritu Santo para perfeccionar y “madurar” al máximo todas estas virtudes y sean verdaderamente frutos dulces de nuestra alma.

Uno de los principales propósitos del Espíritu Santo en nuestra vida, es el de cambiar esa vida; y al ofrecernos sus frutos, cumple poco a poco con su trabajo, que es conformarnos a la imagen de Cristo, haciéndonos más parecidos a Él.
“Mientras él pensaba en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que ha sido engendrado en ella es del Espíritu Santo.”
(Mateo 1,20)





Por: Analicia Ramos
Venezuela
@aniramos16

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