viernes, 19 de septiembre de 2014

No temas - 16 septiembre.

A veces en el camino de Dios, lo que para nosotros es normal, lógico o común en la vida cotidiana, puede convertirse en algo carente de importancia o incluso, de sentido.

Por ejemplo, cuando un amigo nos invita a una fiesta, es lógico que queramos vestirnos acordes a la ocasión, quizás alguna mujer quiera llevar un vestido o sólo ropa bonita, elegante, y no lo mismo que usamos para ir a la universidad o el trabajo... Pero cuando Dios nos invita a su casa todos los domingos, a esa celebración, esa fiesta llamada: Eucaristía, El no está esperando que lleves vestido o ropa elegante sino que lleves un corazón dispuesto.
A Él no le importa lo que estés usando, le importa que estés allí porque quieres estar con Él.
Ahora me entienden a lo que me refería al principio?

Los seres humanos nos dejamos llevar mucho por lo que vemos, sin recordar que las apariencias engañan, que un libro no se puede juzgar por su portada y que como cristianos estamos llamados a ver el corazón de los demás y no su físico o su vestimenta.

Hay una cita que me gusta mucho, de Corintios que dice: "Lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno" (2 Cor 4)
Y cuán cierta es!
Lo que podemos ver, usando nuestros ojos, de las demás personas es algo que cambia constantemente y al final muere. Incluso nuestros propios ojos morirán, perderán su misión cuando nosotros dejemos el mundo terrenal. En cambio lo que No vemos de las personas, su corazón, su sentimientos, sus virtudes, es algo que siempre perdurará en nuestra memoria.
Si te digo que pienses en alguien a quien hayas amado y que ya no esté en este mundo y me digas qué recuerdas de esa persona? Que me dirías?
Es posible que recuedes como era su aspecto pero estoy segura que no es en su aspecto lo primero que piensas cuando lo recuerdas, quizás pienses en su sonrisa, o lo que sentías cuando te abrazaba o incluso las lecciones que recibiste de esa persona, momentos que pasaste junto a el/ella... Eso no se ve con los ojos, se ve con el corazón.

Esa es una de las grandes diferencias que existe entre Dios y nosotros, que nosotros le damos la mayor importancia a lo que vemos con los ojos, mientras que Dios ve el corazón mas allá que cualquier cosa y sin importar como esté nuestra relación con Él.
Lo que vemos cambia, nuestra apariencia puede ser modificada cuantas veces queramos, podemos cortarnos o teñirnos el cabello, adelgazar o engordar, pero nuestro espíritu, nuestra personalidad, estarán allí no importa cuanto tiempo pase. Si siempre intentas ayudar a los demás, así tengas aspecto gótico, tus amigos te buscarán porque sabes que pueden apoyarse en ti.

La invitación de Dios en este día es a que de ahora en adelante cerremos los ojos físicos (no literalmente por supuesto) y ejercitemos más bien los ojos del corazón para que podamos fortalecer ese don que Dios nos brinda y dejemos a un lado lo que está a simple vista, que podamos concentrarnos más bien en eso que es invisible, lo que está en el interior de las personas, sus virtudes, sus pasiones, sus preocupaciones, lo que los hace reír o llorar.

Para Dios, nadie pasa desapercibido, porque nos conoce y conoce por lo que estamos pasando, sin embargo las personas somos muy fáciles de engañar o alejar, pues cualquiera se viste de negro y se aisla y ya tu piensas que es raro o peligroso y no hay razón para acercarse a esa persona, cuando en realidad seguramente es esa persona la que más necesita de ti, de un consejo o de apoyo.
La razón por la que somos fáciles de engañar es que usamos los ojos equivocados, Dios nos pide hoy que usemos también los ojos del corazón en nuestro día a día, que seamos capaces de ver más allá de lo que queremos ver, que dejemos el egoísmo y ayudemos al prójimo que quiere pasar desapercibido para no enfrentar sus preocupaciones, o que no quiere enfrentarlas sólo.
No tengas miedo de usar los ojos del corazón, se nos dio la capacidad de ver más allá como el fin de que podamos servir a Dios a través de ese don, no desaproveches la oportunidad.

"No se preocupen tanto por lucir peinados rebuscados, collares de oro y vestidos lujosos, todas cosas exteriores, sino que más bien irradie de lo íntimo del corazón la belleza que no se pierde, es decir, un espíritu gentil y sereno. Eso sí que es precioso ante Dios. De ese modo se adornaban en otros tiempos las santas mujeres que esperaban en Dios y obedecían a sus maridos. Así obedecía Sara a Abrahán, al que llamaba su señor. Ustedes serán hijas de Sara si obran el bien sin tener miedo a nada."

(1 Pedro 3, 3-6)

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