martes, 6 de mayo de 2014

No temas – 30 abril.

El camino de Dios y nuestra vida cristiana están llenos de signos y señales de Dios, con las cuales Él nos recuerda su amor cada día. Unos de esos signos son conocidos por nuestra Iglesia Católica como SACRAMENTOS.

Los sacramentos son signos visibles y eficaces de la gracia invisible de Dios, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, por los cuales se nos es dada la salvación. Les explico mejor, Jesucristo, en su amor infinito a los hombres, instituyó los sacramentos mientras estuvo aquí en la tierra, por medio de los cuales llegan hasta nosotros los bienes de la redención.

Los Sacramentos son eficaces en sí mismos, porque en ellos actúa directamente Cristo. Y además, estos signos externos tiene una finalidad pedagógica: alimenta, fortalecen y expresan la fe. Cuanto mejor es la disposición de la persona que recibe los sacramentos, más abundantes son los frutos de la gracia.

Los sacramentos de la Iglesia Católica son siete y se dividen, de alguna forma, en tres “categorías”: Sacramentos de iniciación cristiana, Sacramentos de curación y Sacramentos de servicio.

En los sacramentos de iniciación cristiana se aprenden los fundamentos de toda vida cristiana, son tres: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
Los sacramentos de curación son dos: la Penitencia y la Unción de los enfermos y según el Catecismo de la Iglesia Católica, la finalidad de ellos está relacionada con el deseo de Jesús de que la Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y salvación de los hombres, incluso en sus propios miembros.
Por último, los sacramentos de servicio están destinados a la salvación de los demás. Según el Catecismo, contribuyen, ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.

Los sacramentos se administran en distintos momentos de la vida del católico y simbólicamente la abarcan por entero, desde el bautismo (que se suele administrar a los niños) hasta la unción de los enfermos (que antes del Concilio Vaticano II se aplicaba sólo a los que estuvieran en peligro de muerte). Mientras la totalidad de los sacramentos pueden ser administrados por el obispo, cinco de los siete sacramentos sólo pueden ser administrados por un presbítero. Los diáconos por su parte sólo pueden administrar el bautismo y el matrimonio.

Dios no solo nos ha dado estos signos con la intención de que los demás sean testigos de tu fe, sino también para que a través de ellos, seas un verdadero testimonio de Fe.

“Porque tú vales mucho a mis ojos, yo doy a cambio tuyo vidas humanas; por ti entregaría pueblos, porque te amo y eres importante para mí. No temas, pues, ya que yo estoy contigo. Del este haré venir a tu descendencia y del oeste te reuniré.”

(Isaías 43, 4-5)




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